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El 
  Camino de Santiago, como vía de intercambio cultural y religioso
   
La historia de la formación de las naciones europeas camina a la vez que su evangelización; hasta el punto de que las fronteras europeas coinciden con las de la penetración del Evangelio. Incluso podemos afirmar que, después de veinte siglos de historia y a pesar de los conflictos sangrientos que han enfrentado a los pueblos de Europa, y de las crisis espirituales que han marcado la vida del continente se debe afirmar que la identidad europea es incomprensible sin el Cristianismo, y que precisamente en él se hallan aquellas raíces comunes de las que ha madurado la civilización del Continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad de expansión constructiva también en los demás continentes; en una palabra, todo lo que constituye su gloria.
Cristiandad, 
  Proyecto y realidad
  
  En los siglos IX a XI el orden establecido en el conjunto de la sociedad cristiana 
  tiene un nombre: Cristiandad. Es la comunidad de los pueblos cristianos, es 
  – en palabras de Le Bras – “el conjunto coherente de las tierras 
  gobernadas por principios oficialmente sometidos a la presidencia religiosa 
  del Pontífice romano, que ejerce su poder espiritual sobre todos sus 
  súbditos”. En su origen la noción de Cristiandad aparece 
  muy relacionada con la Historia de la Iglesia.
  El término Cristiandad ya aparece en los escritos de San Jerónimo 
  y desde el siglo IV hasta el IX ha tenido una notable evolución semántica. 
  De hecho con el sentido que va a tener posteriormente en la edad Media, la encontramos 
  por primera vez a mediados del siglo IX. Estamos en la época carolingia, 
  en la cual gran parte del territorio cristiano coincide con las fronteras imperiales, 
  por lo cual se comprende perfectamente que al Cristianismo se le otorgue una 
  dimensión social y temporal. En esta época la precisión 
  del término Cristiandad aparece sobre todo con el Papa Juan VIII (872-882): 
  distinta de la Iglesia y del Imperio, es la realidad social en su más 
  amplio sentido, es todo lo que está sujeto a Cristo. 
  Después del paréntesis del siglo X y primera mitad del XI (en 
  que sólo sobresale la utopía de Otón III) el momento crucial 
  está representado por Gregorio VII: con este papa, a la vez que se recupera 
  el hilo de la tradición, se lanzan los fundamentos de una “nueva 
  Cristiandad”, caracterizada por su profunda vinculación y subordinación 
  al Papado. 
  Durante los siglos XI y XII la noción de Cristiandad presenta fundamentalmente 
  tres sentidos: 
  
  1- Aparece como el fundamento de la fe cristiana, del Cristianismo, este el 
  caso que se recoge en la Chanson de Roldán. Puede también referirse 
  al conjunto de las naciones cristianas o incluso a una región del mundo, 
  a una parte de la
  Cristiandad universal.
  2- También aparece la noción de Cristiandad como categoría 
  fundamental del horizonte geográfico del hombre occidental de esta época. 
  De hecho, entonces, el horizonte geográfico es un horizonte espiritual, 
  el de la Cristiandad. Hay aquí una común inspiración teológica, 
  que informa igualmente tanto la teología como la cartografía; 
  en el centro está Jerusalén. Su manifestación más 
  evidente es la cruzada. Esta corresponde fundamentalmente a una concepción 
  militante de las relaciones entre dos comunidades, la comunidad de los cristianos 
  y aquellos que no lo son, en particular el Islam, siendo la cruzada el elemento 
  de expansión de aquellos, con el fin de realizar la vocación universal 
  de la Cristiandad.
  3- Una clara idea de Cristiandad sólo triunfará a finales del 
  siglo XII: primero la Cristiandad entendida como comunidad de todo el pueblo 
  cristiano, dividido en diferentes entidades políticas, pero unidas al 
  Sumo Pontífice, lo cual implica una solidaridad entre pueblos y reinos 
  que se asientan en el universal reconocimiento de la sede Apostólica 
  entendida como “fundamentum totus christianitatis”.
  La Cristiandad tradicional es mucho más cristológica que eclesiológica. 
  Es la del Románico con sus Cristos mayestáticos, en la cual la 
  unidad del pueblo cristiano está definida por la universal sumisión 
  al Imperium de Cristo. La expresión político – social de 
  esta unidad la constituyen los diferentes monarcas – vicari christi – 
  y, sobre todo, el poder imperial, símbolo del dominio universal del Dios 
  hecho Hombre. 
  En esta Cristiandad, la Iglesia es una Ecclesia Universalis que se encuentra 
  presente en todas partes, “es la casa común de todos los habitantes 
  de Occidente (Van Laarhoven) gobernados al mismo tiempo y paralelamente por 
  el poder espiritual y el poder temporal, por el Papa y por el Emperador. En 
  dicha sociedad, cada poder, opuesto pero no distinto al otro, se define por 
  su función en el seno de la comunidad, siendo ambos complementarios porque 
  ambos son “religiosos” en la medida en que su misión coincide 
  en la persona de los fieles de la Iglesia universal. 
  Esta profunda unidad (en la práctica casi siempre una preeminencia imperial 
  sobre el Papado) va a ser rota por la reforma gregoriana, llevada a cabo por 
  el Papa Gregorio VII. Esta que fue algo más que un proceso de renovación 
  eclesial y papal, pues se eleva a la categoría de verdadero acontecimiento 
  cumbre de la vida medieval. 
  Para los gregorianos Cristiandad e Iglesia, aunque íntimamente relacionadas, 
  son dos realidades perfectamente diferenciadas. La Iglesia es una comunidad 
  de los bautizados, o sea una comunidad de dimensión sobrenatural en cuanto 
  que está formada por los hijos de Dios; mientras la Cristiandad es una 
  sociedad temporal constituida por los cristianos que viven en un tiempo concreto, 
  unidos por la soberanía papal. Pero ambas se distinguen radicalmente 
  del Imperio, al cual se niega la pretensión de representar la Cristiandad 
  por la sencilla razón de que existen cristianos fuera de él. En 
  otras palabras el Imperio está dentro de la Cristiandad pero no es la 
  Cristiandad. 
  
  El cristianismo, raíz de la identidad y unidad de Europa
  La peregrinación a Santiago fue uno de los elementos más fuertes 
  que favorecieron la comprensión mutua de pueblos europeos tan diferentes 
  como los latinos, los germanos, celtas, anglosajones y eslavos. La peregrinación 
  acercaba, relacionaba y unía entre sí a aquellas gentes que, siglo 
  tras siglo, convencidas por la predicación de los testigos de Cristo, 
  abrazaban el Evangelio y contemporáneamente, se puede afirmar, surgían 
  como pueblos y naciones. 
  La historia de la formación de las naciones europeas camina a la vez 
  que su evangelización; hasta el punto de que las fronteras europeas coinciden 
  con las de la penetración del Evangelio. Incluso podemos afirmar que, 
  después de veinte siglos de historia y a pesar de los conflictos sangrientos 
  que han enfrentado a los pueblos de Europa, y de las crisis espirituales que 
  han marcado la vida del continente se debe afirmar que la identidad europea 
  es incomprensible sin el Cristianismo, y que precisamente en él se hallan 
  aquellas raíces comunes de las que ha madurado la civilización 
  del Continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad de expansión 
  constructiva también en los demás continentes; en una palabra, 
  todo lo que constituye su gloria. 
  Y todavía en nuestros días, el alma de Europa permanece unida 
  porque además de su origen común tiene idénticos valores 
  cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del 
  profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu 
  de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de 
  deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan. 
  La Historia de las peregrinaciones a visitar la tumba del Apóstol Santiago 
  en España 
  Desde los siglos XI y XII, bajo el impulso de los monjes de Cluny, los fieles 
  de todos los rincones de Europa acuden cada vez con mayor frecuencia hacia el 
  sepulcro de Santiago, alargando hasta el considerado "Finis Terrae" 
  de entonces aquel célebre "Camino de Santiago" por el que los 
  españoles ya habían peregrinado. 
  Aquí llegaban de Francia, Italia, Centroeuropa, los Países Nórdicos 
  y las Naciones Eslavas, cristianos de toda condición social, desde los 
  reyes a los más humildes habitantes de las aldeas; cristianos de todos 
  los niveles espirituales desde santos, como Francisco de Asís y Brígida 
  de Suecia (por no citar a tantos otros españoles) a los pecadores públicos 
  en busca de penitencia. 
  Desde entonces Europa entera se ha encontrado a sí misma alrededor de 
  la "memoria" de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se 
  edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente. Por ello 
  el mismo Goethe insinuará que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando. 
  
  Pero antes de seguir adelante profundicemos en un poco en la historia para descubrir 
  cuáles son los auténticos orígenes del Camino de Santiago, 
  según se ha venido creyendo desde la Edad Media. 
  La tradición jacobea refiere que después de haber sido el Apóstol 
  Santiago decapitado en Jerusalén (año 44) dos de sus discípulos: 
  Atanasio y Teodoro trajeron su cuerpo hasta el Puerto de padrón (Iria 
  Flavia). Desde allí, por tierra lo condujeron al montículo del 
  Libredón (Compostela) donde recibió su definitiva sepultura. Pasado 
  el tiempo y debido a diversas guerras el sepulcro quedó en el olvido. 
  
  El 25 de julio del año 814, durante el reinado de Alfonso II el Casto, 
  un monje llamado Pelagio observó una noche una luminosidad en un desolado 
  paraje del obispado de Iria-Flavia,. El monje comunicó su observación 
  a su superior, el obispo Teodomiro, descubriéndose en el lugar indicado 
  una cueva en cuyo interior apareció un arca de mármol donde se 
  hallaron los restos del apóstol Santiago. ¿Por qué los 
  restos del apóstol y no los de otro santo? La respuesta vendría 
  dada porque Santiago es considerado el primer evangelizador de la península 
  Ibérica 
  Pocos días después fue el propio monarca asturiano Alfonso II 
  quien se trasladó en peregrinación al lugar, mandando edificar 
  una pequeña basílica llamada de Antealtares y un monasterio encomendado 
  a los monjes benedictinos. 
  Aquel pequeño empezó a crecer rápidamente hasta convertirse 
  en Compostela, cuyo nombre deriva según la tradición de Campus 
  Stellae en alusión a las luces que permitieron el descubrimiento. El 
  6 de mayo de 899 se consagraba una basílica mayor que la anterior mandada 
  construir por Alfonso III. 
  El descubrimiento de las reliquias del apóstol pronto se extendió 
  por una Europa donde el culto a las reliquias se estaba convirtiendo en una 
  obsesión al igual que la necesidad de encontrar un aglutinante que sirviera 
  para expulsar todos los males que se cernían sobre el continente, en 
  especial el Islam. No en balde, Santiago "colaborará" en numerosas 
  ocasiones con los reyes cristianos en la Reconquista que se está llevando 
  a cabo en la Península y sus ejércitos combatirán valerosos 
  al grito de "Santiago y cierra España". 
  Las primeras peregrinaciones se realizaron entre los fieles de los reinos peninsulares. 
  Concretamente durante el siglo X el Rey Sancho el Mayor de Navarra realizó 
  una serie de mejoras en la ruta que enlazaba con Santiago con el objetivo de 
  dotar de mayor seguridad a los peregrinos. Entre esas mejoras encontramos la 
  construcción de las primeras hospederías y monasterios. Esa etapa 
  de seguridad finalizará con las temibles ofensivas de Almanzor, quien 
  alcanzó incluso la capital compostelana y se llevó las campanas 
  de la catedral hasta Córdoba a hombros de cautivos cristianos. 
  Avanzado el siglo X aparecen registrados los primeros peregrinos franceses. 
  Ya podríamos hablar de un verdadero Camino de Santiago constituido por 
  el llamado Camino Francés. Dos accesos procedentes de Canfranc y Roncesvalles 
  se unen en Puente la Reina, que debe su nombre al puente construido para que 
  los peregrinos cruzaran el río Arga. Desde esta villa un solo camino 
  avanza cruzando el norte de la Península Ibérica hasta su etapa 
  final en la catedral compostelana. 
  En el año 951 Gotescalco, obispo de Puy, se presentó a visitar 
  la tumba del Apóstol Santiago marchando a la cabeza de una comitiva de 
  "jacquets". Este fue el primer testimonio de una peregrinación 
  procedente de Francia que aparece recogido en un manuscrito redactado por el 
  monje Gómez de la abadía riojana de San Martín de Albelda. 
  
  Pero será el siglo XI cuando se produzca el mayor auge de las peregrinaciones 
  jacobeas, procedentes de todo el mundo conocido. El éxito de las peregrinaciones 
  debemos buscarlo en las numerosas hospederías, hospitales, monasterios 
  y abadías que pone en marcha la Orden de Cluny, dotando de mayores "comodidades" 
  al peregrino. 
  Otro de los promotores de las peregrinaciones será el obispo compostelano 
  don Diego Gelmírez quien consigue que en 1095 el Papa Urbano II traslade 
  la sede episcopal desde Iria Flavia a Compostela, con categoría de "sede 
  apostólica" al igual que Roma. Gelmírez será a la 
  vez el promotor de la construcción de la catedral tal y como la conocemos 
  en la actualidad. Compostela, Roma y Jerusalén se convertirán 
  en los tres centros más importantes de peregrinación cristiana. 
  
  A pesar de todas estas mejoras la inseguridad continuaba siendo una de los principales 
  problemas de la peregrinación por lo que se puso en marcha la Orden Militar 
  de Santiago -en Cáceres durante el año 1170- cuyo objetivo sería 
  defender a los peregrinos de los numerosos peligros que les acechaban en las 
  rutas, especialmente por culpa de los bandoleros. 
  El siglo XII manifestó un nuevo desarrollo de las peregrinaciones precisamente 
  cuando el Papa León III comunicó el descubrimiento de las reliquias 
  a los Obispos de todo el mundo. En cambio en la centuria siguiente inició 
  cierto declive aunque durante toda le Edad Media el número de peregrinos 
  es muy elevado. 
  Los peregrinos de una misma comarca partían en grupo para defenderse 
  mejor de los peligros, realizando el viaje en una época en la que la 
  climatología era más favorable o las ocupaciones habituales de 
  los ciudadanos mucho menores. Antes de iniciar la peregrinación, confiaban 
  los bienes a un monasterio cuyo abad entregaba al peregrino el bordón, 
  la calabaza, el rosario y la escarcela. El viaje duraría el tiempo que 
  el peregrino deseara. Para fomentar los viajes estaban exentos del pago de peajes, 
  portazgos, pontazgos y cubiertos de la rapacidad de alcaldes, señores, 
  mesoneros y ladrones. El peregrino era respetado y protegido tanto por la sociedad 
  como por las autoridades. 
  El papel desempeñado por el Camino será fundamental para los reinos 
  españoles y para Europa ya que se producirá un fluido intercambio 
  cultural, espiritual, económico, artístico, político o 
  institucional entre las diferentes zonas por las que transita el camino. El 
  arte románico en primer lugar y el gótico después penetrarán 
  gracias al camino. Incluso los inmigrantes procedentes de Europa que se asentaban 
  en España -llamados genéricamente francos- llegaban a través 
  del Camino. No en balde, en reconocimiento de su trascendencia histórica 
  y artística, el Consejo de Europa ha conferido al Camino de Santiago 
  la calificación de Itinerario Cultural Europeo en la Declaración 
  de Santiago del 23 de abril de 1987. 
  Me voy a centrar, a continuación en esos elementos religiosos que están 
  inmersos en el Camino de Santiago y que tantas veces se olvidan quedándonos 
  solamente en los aspectos culturales que aún siendo importantes no son 
  lo principal. 
  Privilegios espirituales concedidos al realizar el Camino de Santiago
  
  El Papa Calixto II fue peregrino y gran amante de Santiago y declaró, 
  mediante una Bula del año 1119, la peregrinación a Santiago con 
  la categoría de las peregrinaciones “mayores” y con iguales 
  gracias espirituales que las otorgadas a Jerusalén y Roma, concediéndole 
  la gracia del “Jubileo Plenísimo del Año Santo”. 
  Este privilegio, que confirmó asimismo el Papa Alejandro III, consiste 
  en que cada año que el 25 de julio, festividad del Apóstol Santiago, 
  coincida en domingo, es Año Santo Jacobeo. Durante ese tiempo se podrán 
  ganar en la Iglesia Catedral de Compostela, en plenitud, las gracias del Jubileo. 
  
  El Año Santo o Jubilar es un tiempo en que la Iglesia, con motivo de 
  algún acontecimiento de la historia de la Redención, concede a 
  los fieles gracias espirituales, en imitación de lo que la Biblia dice 
  del Año Jubilar de los Israelitas: cada 50 años era Año 
  Sabático y en él recuperaban las tierras quienes las habían 
  vendido por necesidad y los esclavos adquirían la libertad. Es decir, 
  un tiempo en que es más fácil conseguir gracias de Dios y sobre 
  todo es una invitación a retornar a la vida cristiana de quienes están 
  alejados, o a tomar una mayor conciencia de la condición de cristianos. 
  Se dice que quienes ganan el Jubileo obtienen la Idulgencia Plenaria. 
  Según el Código de Derecho Canónico (c. 992) la indulgencia 
  es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados 
  en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, 
  consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de 
  la Redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones 
  de Cristo y de los Santos. 
  Los hombres, por el pecado, nos alejamos de Dios y dañamos la comunión 
  con los hermanos. Por el Sacramento de la Penitencia nuestros pecados quedan 
  plenamente perdonados. Sin embargo, hemos de «satisfacer» por ellos, 
  es decir, purificar el desorden causado en nosotros por el pecado. La Iglesia 
  nos invita a hacerlo, a través de las obras de piedad, de penitencia 
  y caridad. Aquello que no purifiquemos en esta vida deberá ser purificado 
  en el Purgatorio. 
  Pues bien, la Indulgencia Plenaria es la concesión, por la Iglesia, en 
  nombre de Dios, de la «gracia» que nos permite «satisfacer 
  plenamente» todo lo debido por nuestros pecados. Y la Indulgencia del 
  Jubileo compostelano es, por tanto, la concesión que la Iglesia hace 
  a los creyentes del «perdón» o «amnistía total» 
  de Dios, condicionada a nuestros deseos sinceros de conversión y, en 
  este caso, la visita al Sepulcro del Apóstol Santiago. 
  De esta Indulgencia Plenaria, uno sólo se puede beneficiar una vez cada 
  día, o bien puede ser ofrecida a modo de sufragio e intercesión 
  por los difuntos. 
  El Jubileo Compostelano solo se obtiene cumpliendo las condiciones siguientes: 
  
  - Visitar la catedral de Santiago de Compostela y participar en una ceremonia. 
  
  - Rechazar el pecado incluso venial, o sea las ofensas de todo tipo a Dios y 
  a los demás. 
  - Confesión sacramental ( dentro de los 15 días anteriores o posteriores) 
  
  - Comunión eucarística ( dentro de los 15 días anteriores 
  o posteriores). 
  - Rezar una oración por la persona e intenciones del Papa.
  Quiero terminar esta exposición con una cita del Juan Pablo II durante 
  su visita a Santiago de Compostela en 1982: 
  
  “Por eso, yo, Juan Pablo II, hijo de la nación Polaca, que se ha 
  considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y 
  relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; yo, 
  Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una sede que Cristo quiso colocar en Europa 
  y que ama por su esfuerzo en la difusión del Cristianismo en todo el 
  mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal, desde Santiago, 
  te lanzo vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé 
  tu misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos 
  valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica 
  tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual 
  en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. 
  Da al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas 
  por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te 
  deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por 
  las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser 
  todavía faro de civilización y estímulo de progreso para 
  el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de 
  ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: "Yo puedo". 
"Arbil"