En el período de tiempo que abarca el segundo matrimonio de doña Urraca, hija de Alfonso VI de Castilla, con Alfonso I de Aragón, período borrascoso y lleno de desastres, refiere la tradición la horrible tragedia que tuvo por escena el campo de las Hervencias de Ávila; hecho sanguinario y de bárbara ferocidad, que marcaría eternamente con el sello de la infamia la frente de Alfonso I de Aragón.
Gobernaba la ciudad de Ávila el famoso Blasco Jimeno, cuando los avileses fueron a Simancas en busca del perseguido infante don Alfonso Ramón, y le ofrecieron franco y leal asilo dentro de sus murallas, dispuestos a defenderlas en auxilio de su Rey, contra la ambición de su padrastro, que no perdonaba medio que pudiera ponerle en posesión del desgraciado huérfano, abrigando, respecto a su existencia y a la de su madre, las más horrendas maquinaciones, si hemos de dar crédito a los romances que ponían en su boca estas palabras:
"¡Ah! De la madre y del hijo
en breve me desharé;
que si la cárcel no basta
un verdugo puede haber."
Ni los presentes enviados por el aragonés a Nalvillos, entre los cuales estaba la espada de su suegro Alfonso VI, ni las mercedes de promesas de mayores adelantos, hechas a Blasco Jimeno y Fernán López, alcalde del alcázar y esposo de la improvisada gobernadora Jimena Blázquez, fueron bastantes a que, faltando a su caballerosidad, abrieran las puertas de la plaza, poniéndolas al servicio de Alfonso de Aragón.
Contestáronle en una afectuosa carta, pero no satisfizo al aragonés. Preparó sus tropas y se dispuso a caer sobre Ávila para conseguir por la fuerza lo que no pudo alcanzar con la astucia.
Presentóse con su ejército a las puertas de la ciudad, reclamando la entrega del Niño; y habiéndose negado a ello los avileses, concibió sospechas acerca de su vida, por consecuencia de los rumores que circulaban sobre le mal estado de su salud, exigiendo entonces que se le mostrasen, y pidiendo en rehenes sesenta escuderos nobles, para entrar seguro en la población.
La entrevista, sin embargo, se verificó fuera de la plaza. Los rehenes salieron por la puerta, desde entonces llamada de "Malventura" y el aragonés hizo una reverente cortesía al Infante, que fue enseñado desde las almenas del cimborrio de la catedral, rodeado de sus fieles servidores.
Viendo desbaratarse sus planes, llegó el de Aragón a sus tiendas, asentadas al Este de la ciudad; y contrastando su perfidia con la lealtad de los avileses, mandó sacrificar los rehenes. Los cuerpos de aquellas inocentes víctimas fueron despedazados, sus palpitantes miembros sirvieron de ludibrio a la soldadesca, y sus cabezas, hervidas en aceite, fueron repartidas, para escarmiento, en varias ciudades de Castilla.
Según otra versión no fueron sacrificados todos los rehenes, sino reservados algunos para figurar en primera línea en el sitio que puso a la ciudad, exponiéndoles a los tiros de sus padres, hijos y hermanos, que no dudaban en herirles a trueque de defenderla como honrados caballeros castellanos.
Ávila cerró sus puertas en señal de luto, y acordó retar al sitiador, que había levantado sus reales y se dirigía a Zamora.
Blasco Jimeno, acompañado de su sobrino, López Núñez, alcanzó al aragonés entre Cantiveros y Fontiveros, cuarenta y cinco kilómetros al Noroeste de la capital, y en presencia del rey, después de echarle en cara su traición, le dijo: "E por conocer lo tal, vos repto en nombre del Concejo de Ávila, e digo que vos faré conocer dentro en estacada, ser alevoso, traidor y perjuro"; y añade el Libro Viejo de Ávila, que Alfonso I de Aragón mandó a su comitiva castigar la osadía del valiente gobernador; y tío y sobrino cayeron en el campo, defendiéndose como buenos, entre las lanzas y los dardos de todo el ejército real.
En aquel sitio, y para eterna memoria de sus nombres, se colocó una cruz de piedra con una inscripción conmemorativa.
Allí mismo se levantó una ermita, que todavía se conserva, a donde concurrían los caballeros el día del aniversario.