Señores: 
  
  Retirado de la escena política
  ( ..... )
  Pues bien, señores: ¿cuáles son las tres afirmaciones de 
  esta civilización, que yo llamo afirmativas, de progreso y católicas? 
  las tres afirmaciones son las siguientes: en el orden religioso se afirma que 
  existe un Dios personal. (Rumores y risas en la tribuna y en la izquierda. La 
  mayoría, indignada, reclama el orden) 
  EL SEÑOR PRESIDENTE: ¡ Orden, señores!
  EL SEÑOR MARQUÉS DE VALDEGAMAS: Hay tres afirmaciones entre otras. 
  Primera afirmación: existe un Dios, y ese Dios está en todas partes. 
  Segunda afirmación: ese Dios personal, que está en todas partes, 
  reina en el cielo y la tierra. Tercera afirmación: este Dios, que reina 
  en el cielo y en la tierra, gobierna absolutamente las cosas divinas y humanas.
  Pues bien, señores: en donde esas tres afirmaciones en el orden religioso, 
  hay también estas otras tres afirmaciones en el orden político: 
  hay un rey que está en todas partes por medio de sus agentes; ese rey 
  que está en todas partes reina sobre sus súbditos, y ese rey que 
  reina sobre sus súbditos gobierna a sus súbditos. De modo que 
  la afirmación política no es más que la consecuencia de 
  la afirmación religiosa. Las instituciones políticas en que se 
  simbolizan estas tres afirmaciones son dos: las monarquías absolutas 
  las monarquías constitucionales, como las entienden los moderados de 
  todos los países, porque ningún partido moderado ha negado nunca 
  al rey, ni la existencia, ni el reinado, ni la gobernación. Por consiguiente, 
  la monarquía constitucional entra con los mismos títulos que la 
  monarquía absoluta a simbolizar esas tres afirmaciones políticas, 
  que son el eco, digámoslo así, de las tres afirmaciones religiosas.
  Señores, en esas tres afirmaciones concluye el período de la civilización 
  que yo he llamado afirmativo, que yo he llamado de progreso, que yo he llamado 
  católico. Ahora entramos, señores, en el segundo período, 
  que yo he llamado negativo, que yo he llamado revolucionario. En ese segundo 
  período hay tres neneraciones, correspondientes a las tres afirmaciones 
  primeras. Primera negación, o como yo lo llamaré, negación 
  de primer grado en el orden religioso: Dios existe, Dio reina; pero Dios está 
  tan alto, que no puede gobernar las cosas humanas. Esta es la primera negación, 
  la negación de primer grado, en este periodo negativo de la civilización; 
  y a esta negación de la providencia de Dios, ¿ qué corresponde 
  en el orden político? En el orden político sale el partido progresista 
  respondiendo al deísta, que niega la Providencia, y dice: " El rey 
  existe, el rey reina; pero no gobierna" Así, señores, no 
  monarquía constitucional progresiva pertenece a la civilización 
  negativa en primer grado. 
  Segunda negación: el deísta niega la Providencia; los partidarios 
  de la monarquía constitucional, según los progresistas la entienden, 
  niega la gobernación; pues ahora viene en el orden religioso el panteísta 
  y dice: " Dios existe, pero Dios no tiene existencia personal; Dios no 
  es persona, y como no es persona, ni gobierna ny reina; dios es todo lo que 
  vemos; ni es todo lo que vive, es todo lo que se mueve; Dios es la humanidad." 
  Esto dice el panteíta; de manera que el panteísta niega la existencia 
  personal, aunque no la existencia absoluta; niega el reinado y la Providencia. 
  
  En seguida, señores, bien el republicano y dice: " El poder existe; 
  pero el poder no es persona, ni reina ni gobierna; el poder es todo lo que vive, 
  todo lo que existe, todo lo que se mueve; luego en la muchedumbre, luego no 
  hay más medio de gobierno que el sufragio universal, ni más gobierno 
  de la República. " 
  Así, señores el panteísmo en el orden religioso corresponde 
  al repúblicanismo en el orden político. Después viene otra 
  negación, que en la última; en punto a negaciones no hay más 
  allá. Detrás del deísta, detrás del panteísta 
  viene el ateo y dice: " Dios ni reina, ni gobierna, ni es persona, ni es 
  muchedumbre; no existe." Y sale Proudhon, señores, y dice: " 
  No hay gobierno." (Risas y aplausos) Así, señores, una negación 
  llama a otra negación, como un abismo llama otro abismo. Más allá 
  de esa negación, que es el abismo no hay nada, no hay nada sino tinieblas, 
  y tinieblas palpables.
  Ahora bien, señores: ¿sabéis cuál es el estado de 
  Europa? Toda Europa va entrando en la segunda negación, y camina hacia 
  la tercera, que en la última; no lo olvidéis. Si se quiere que 
  concrete era algo más esta cuestión de los peligros que corren 
  las sociedades, a concretaré, aunque con cierta prudencia. Todos saben 
  cuál es mi posición oficial; yo no puedo hablar de la Europa sin 
  hablar de la Alemania; no puedo hablar de la Alemania sin hablar de la Prusia, 
  que la representa; no puedo hablar de la Prusia sin hablar de su rey, a quien, 
  señores, sea dicho de paso, puede llamarse, por sus cualidades eminentes, 
  el augusto germánico. El Congreso me perdonará que al entrar en 
  esta cuestión, por lo que toca a Europa, guarde cierta reserva, y por 
  lo que toca a Prusia guarde una reserva casi absoluta; pero diré, sin 
  embargo, lo bastante para manifestar cuáles son mis ideas concretas sobre 
  los peligros concretos también que amenazan a la Europa. 
  Señores, aquí se ha hablado del pedido de corre la Europa por 
  parte de la Rusia, y yo creo que por ahora y por mucho tiempo puedo tranquilizar 
  al Congreso, asegurándoles que por parte de la Rusia no puede tener el 
  menor peligro. 
  Señores, la influencia que la Rusia ejercía en Europa la ejercía 
  por medio de la Confederación germánica. La Confederación 
  alemana se hizo en contra de París, que era la ciudad revolucionaria, 
  la ciudad maldita, y en favor de Petersburgo, que era entonces la ciudad santa, 
  la ciudad del gobierno, nacida de las tradiciones restauradoras. ¿Qué 
  resultó de aquí? Que la Confederación no fue el imperio 
  como pudo serlo entonces; y no fue un imperio, porque a la Rusia no le podía 
  acomodar nunca a tener enfrente de sí un imperio alemán y tener 
  reunidas a todas las razas alemanas; así es que la Confederación 
  se compuso del principados microscópicos y de dos grandes monarquías. 
  ¿Qué era lo que convenía en el caso de una guerra con la 
  Francia? ¿Lo que le convenía a la Rusia era que estas monarquías 
  fuesen absolutas; y estas dos monarquías fueron absolutas. Y véase, 
  señores, cómo sucedió que la influencia de la Rusia, desde 
  la Confederación alemana hasta la revolución de febrero, se ha 
  extendido desde Petersburgo hasta París. Pero, señores, desde 
  la revolución de febrero todas las cosas han mudado de semblante; el 
  huracán revolucionaria ha echado abajo los tonos, ha empolvado los coronas, 
  ha humillado a los reyes; la Confederación germánica no existe; 
  la Alemania hoy día no es más que un caos. Es decir, señores, 
  que a la influencia de la Rusia, que se extendía, como dije, desde Petersburgo 
  a París, ha sucedido ahora la influencia demagógica de París, 
  que extiende hasta la Polonia.
  Pues ved aquí la diferencia: la Rusia contaba con dos aliados poderosos: 
  la Austria y la Prusia; hoy es sabido que no pueden contar más que con 
  la Austria; pero la Austria tiene que luchar y reluchar todos los días 
  contra el espíritu demagógico, que existe allí como en 
  todas partes; contra el espíritu de raza, que existe allí más 
  que en parte alguna; y, finalmente, tiene que reservar toda su fuerzas para 
  una lucha posible con la Prusia. Resulta, pues, señores, que neutralizada 
  la Austria, no contando la Rusia con la Confederación germánica, 
  no puede contar en el día más que con sus propias fuerzas. ¿Y 
  sabe el congreso cuántas son las fuerzas de que ha dispuesto la Rusia 
  para las guerras ofensivas? Nunca ha llegado a 300.000 hombres. ¿ Y sabe 
  el Congreso con quiénes tienen que luchar esos 300.000 hombres? Tienen 
  que luchar con todas las razas alemanas, representadas por la Prusia; tienen 
  que luchar con todas las razas latinas, representadas por la Francia; tienen 
  que luchar con la nobilísima y poderosísma raza anglosajona, representada 
  por la Inglaterra. Esa lucha, señores, sería insensata, sería 
  absurda por parte de la Rusia; en el caso de en la guerra general, el resultado 
  cierto, infalible, sería que la Rusia dejase de ser una potencia europea, 
  para no ser más que una potencia asiática. Y véase aquí 
  por qué la Rusia rehuye la guerra, y véase aquí por qué 
  la Inglaterra quiere la guerra; y la guerra, señores, hubiera estallado 
  si no hubiera sido por la debilidad crónica de la Francia, que no quiso 
  seguir en esto a la Inglaterra; si no hubiese sido por la prudencia austriaca 
  y si no hubiese sido por la sagacísima prudencia de la diplomacia rusa. 
  Por esto, señores, porque la Rusia no ha querido, porque no ha podido 
  querer la guerra, es por lo que la guerra no ha estallado con motivo de la cuestión 
  de los refugiados en Turquía . 
  No se crea por esto, sin embargo, que yo soy de la opinión que nada tiene 
  que temer la Europa de la Rusia; creo que todo lo contrario; pero creo que para 
  que la Rusia acepte una guerra general, que para que la Rusia se apodere de 
  la Europa, son necesarios antes estos tres acontecimientos que voy a decir, 
  todos los cuales, aviértase esto, señores, son no sólo 
  posibles, sino también probables . 
  Se necesita: primero, que la revolución, después de haber disuelto 
  la sociedad, disuelva los ejércitos permanentes; segundo, que el socialismo, 
  despojando a los propietarios, extingua al patriotismo; porque un propietario 
  despojado no es patriota, no puede serlo; cuando la cuestión viene planteada 
  de esa manera suprema y congojosa, no hay patriotismo en el hombre; tercero, 
  el acatamiento de la empresa de la confederación poderosa de todos los 
  pueblos esclavones bajo la influencia y el protectorado de la Rusia. las naciones 
  esclavonas cuentan, señores, 80 millones de habitantes. Ahora bien: cuando 
  en la Europa no haya ejércitos permanentes, habiendo sido disueltos por 
  la revolución; cuando en Europa no haya patriotismo, haciéndose 
  extinguido por las revoluciones socialistas; cuando en el oriente de Europa 
  se haya verificado la gran confederación de los pueblos esclavones; cuando 
  en el Occidente no haya más que dos grandes ejércitos, el ejército 
  de los despojados y el ejército de los despojadores, entonces, señores, 
  sonará en el reloj de los tiempos la hora de Rusia; entonces la Rusia 
  podrá pasearse tranquila, arma en brazo, por nuestra Patria; entonces, 
  señores, presenciará el mundo el más grande castigo de 
  que haya memoria en la Historia; ese castigo tremendo será, señores, 
  el castigo de la Inglaterra. De nada le servirán sus naves contra el 
  Imperio colosal que con un brazo congerá la Europa y con el otro cogerá 
  la India; de nada le servirán sus naves: ese Imperio colosal caerá 
  postrado, hecho pedazos, y su lúgubre estertor y su penetrante quejido 
  resonará en los polos. 
  No creáis, señores, no creáis que las catástrofes 
  acaban ahí; las razas esclavonas no son a los pueblos de Occidente lo 
  que eran las razas alemanas al pueblo romano; no, las razas esclavonas están 
  hace mucho tiempo en contacto con la civilización, son razas semicivilizadas; 
  la administración rusa es tan corrompidoa como la administración 
  más civilizada de Europa, y la aristocracia rusa, tan civilizada como 
  la aristocracia más corrompida de todas. Ahora bien, señores: 
  puesta la Rusia en medio de la Europa conquistada y prostergada a sus pies, 
  ella misma absorberá por todas sus venas la civilización que ha 
  bebido y que la mata. La Rusia no tardará en caer en putrefacción; 
  entonces, señores, no sé yo cuál será el cauterio 
  universal que tenga Dios preparado para aquella universal podredumbre. Contra 
  esto, señores, no hay más que un remedio, no hay más que 
  uno: el nudo del porvenir está en Inglaterra; en primer lugar, señores, 
  la raza anglosajona la más generosa, la más noble y la más 
  esforzado del mundo; en segundo lugar, la raza anglosajona es la que menos expuesta 
  está al ímpetu de las revoluciones; yo creo más fácil 
  una revolución en San Petersburgo que en Londres. ¿Qué 
  le falta a la Inglaterra para impedir la conquista inevitable de toda la Europa 
  por la Rusia ? ¿Qué le falta?
  Lo que le falta es evitar lo que la perdería: la disolución de 
  los ejércitos permanentes por medio de la revolución; es evitar 
  en Europa el despojó por medio del socialismo; es decir, señores, 
  lo que la falta es tener una política exterior, monárquica y conservadora; 
  pero aun esto no sería más que un paliativo: Inglaterra, siendo 
  monárquica, siendo conservadora, puede impedir la disolución de 
  la sociedad europea hasta cierto punto y por cierto tiempo; porque la Inglaterra 
  no es bastante poderosa, no es bastante fuerte para anular, y era necesario 
  anular, la fuerza disolvente de las doctrinas propagadas por el mundo; para 
  que al paliativo se añadiera el remedio, era necesario, señores, 
  que la Inglaterra, además de conservadora y monárquica, fuera 
  católica; y lo digo, señores, porque el remedio radical contra 
  la revolución y el socialismo no es más que el catolicismo, porque 
  el catolicismo es la única doctrina que su contradicción absoluta. 
  ¿Qué es, señores, el catolicismo? Es sabiduría y 
  humildad.¿Qué es el socialismo, señores? Es orgullo y barbarie; 
  el socialismo, señores, como el rey babilónico, es rey bestia 
  al mismo tiempo.(Risas y grandes aplausos.)
Señores, 
  el Congreso habrá extrañado que, al hablar yo de los peligros 
  que amenazan a la sociedad y al mundo, no haya hablado de la nación francesa. 
  Señores, hay una causa para esto; la Francia era hace poco una gran nación; 
  hoy día, señores, no es ni una nación siquiera: es el club 
  central de la Europa. (¡Bien,bien!) 
  Así, señores, queda demostrarlo: primero, que las cuestiones económicas 
  no son, ni debe ser, ni pueden ser las más importantes de todas; segundo, 
  que no ha llegado aquel estado de tranquilidad y de seguridad en que podamos 
  dedicarnos a ellas exclusivamente. Voy, señores, ahora a convatir el 
  tercero y último error, que consiste en afirmar que las economías 
  son no solamente posibles, sino fáciles. 
  Señores, el Congreso me permitirá que ahora, como antes, diga 
  la verdad, nada más que la verdad; pero toda la verdad con la franqueza 
  y la buena fe que me caracteriza. No habrá ningún señor 
  diputado que ponga en duda este axioma: que los gobiernos, aún aquellos 
  que mayores ventajas ofrecen, ofrecen a vuelta de esa ventajas algunos inconvenientes; 
  y al revés, que aun los gobiernos que presentan mayores inconvenientes, 
  a vuelta de esos mismos inconvenientes, ofrecen también algunas ventajas; 
  y, por último, y no hay gobiernos inmortales. 
  En este sitio yo puedo hablar con toda libertad de las ventajas y de los inconvenientes 
  y hasta de la muerte de los gobiernos, porque todos tienen sus inconvenientes, 
  sus ventajas, y todos mueren. 
  Pues bien, señores: yo digo que a vuelta de los gravísimos inconvenientes 
  que tienen los gobiernos absolutos, tienen una gran ventaja, y es que son gobiernos 
  rápidamente baratos; y yo digo que, a vuelta de las grandes ventajas 
  que tienen los gobiernos constitucionales, tienen un gravísimo inconveniente, 
  y es que son carísimos. No conozco ninguno más caro sino republicano. 
  Y arguyendo por analogía, es fácil prever la suerte de cada uno 
  de estos gobiernos. Yo digo, señores, que lo más probable es que 
  todos los gobiernos absolutos, en donde existan, perecerán por la discusión; 
  que todos los gobiernos y constitucionales, en donde existan, perecerán 
  por la bancarrota. Esta es mi convicción íntima, señores; 
  yo hago a los señores diputados depositarios de mis convicciones. Hay 
  un solo medio, señores, de hacer reformas y grandess reformas económicas: 
  ese sólo es el licenciamiento o el casi licenciamiento de los ejércitos 
  permanentes. Esto, señores, podría librar a los gobiernos por 
  algún tiempo de la bancarrota; pero ese licenciamiento sería la 
  bancarrota de la sociedad entera; porque, señores, y aquí llamo 
  vuestra atención, los ejércitos permanentes son hoy los únicos 
  que impiden que la civilización vaya perderse en la barbarie; hoy día,señores, 
  presenciamos un espectáculo nevo en la Historia, nuevo en el mundo: ¿cuándo, 
  señores, cuando ha visto el mundo, sino hoy, que se vaya a la civilización 
  por las armas y a la barbarie por las ideas? Pues esto es lo que está 
  viendo el mundo en la hora en que estoy hablando. (Aplausos)
  Este fenómeno, señores, es tan grave, es tan peregrino, que exige 
  alguna explicación por parte. Toda civilización verdadera viene 
  del cristianismo. Esto tan cierto, que la civilización toda se ha reconcentrado 
  en la zona cristiana; fuera de esa zona no hay civilización, todo es 
  barbarie; y es esto tan cierto, que antes del cristianismo no ha habido pueblos 
  civilizados en el mundo, ni uno siquiera. 
  Ninguno, señores; digo que no ha habido pueblos civilizados, porque el 
  pueblo romano y el pueblo griego no fueron pueblos civilizados; fueron pueblos 
  cultos, que es cosa muy diferente(11). La cultura es el barniz, y nada más 
  que el barniz, de las civilizaciones. El cristianismo civilizada el mundo haciendo 
  estas tres cosas: Ha civilizado al mundo haciendo de la autoridad una cosa inviolable, 
  haciendo de la obediencia una cosa santa, haciendo de la abnegación y 
  del sacrificio, o, por mejor decir, de la caridad, una cosa divina. De esa manera 
  el cristianismo ha civilizado a las naciones. Ahora bien (y aquí está 
  la solución de ese gran problema), ahora bien: las ideas de la inviolabilidad 
  de la autoridad, de la santidad de obediencia y de la divinidad del sacrificio, 
  esas ideas no están hoy en la sociedad civil: están en los templos 
  donde se adora al Dios justiciero y misericordioso, y en los campamentos donde 
  se adora al Dios fuerte, al Dios de las batallas, bajo los símbolos de 
  la gloria. Por eso, porque la Iglesia y la milicia son las únicas que 
  conservan íntegras las nociones de la inviolabilidad de la autoridad, 
  de la santidad de la obediencia y de la divinidad de la caridad; por eso son 
  los dos representantes de la civilización europea. 
  No sé, señores, si habrá llamado vuestra atención, 
  como ha llamado la mía, la semejanza, cuasi la identidad entre las personas 
  que parecen más distintas y más contrarias: la semejanza entre 
  el sacerdote y el soldado; ni el uno ni el otro viven para sí, ni uno 
  ni lo otro viven para su familia; para el uno y para el otro, en el sacrificio, 
  en la adnegación está la gloria. El encargo del soldado es velar 
  por la independencia de la sociedad civil. El encargo del sacerdote es verdad 
  que independencia de la sociedad religiosa. El deber sacerdote es morir, dar 
  la vida, como el buen pastor, por su ovejas. El deber del soldado, como un hermano, 
  es dar la vida por sus hermanos. Si consideráis la aspereza de la vida 
  sacerdotal, el sacerdote os parecerá, y lo es en efecto, una verdadera 
  milicia. Si consideráis la santidad del ministerio sacerdotal, la milicia 
  os parecerá cuasi un verdadero sacerdocio. ¿Qué sería 
  del mundo, que sería de la civilización, qué sería 
  de la Europa si no hubiera sacerdotes ni soldados? (Aplauos prolongados.) Y 
  en vista de eso, señores, si hay alguno que, después de expuesto 
  lo que acabo de esponer, crea que los ejércitos deben licenciarse, que 
  se levanten y lo diga. Si no hay ninguno, señores, yo me río de 
  todas vuestras economías, porque todas vuestras economías son 
  utopías. ¿Sabéis lo que su pretendse éis hacer cuando 
  queréis salvar la sociedad con nuestras economías sin licenciar 
  el ejército? Pues lo que pretendéis hacer es apagar el incendio 
  de la nación con un vaso de agua. Esto es lo que pretendéis. Queda, 
  pues, demostrado, como me propuse demostrar, que las cuestiones económicas 
  no son las más importantes; que no ha llegado la ocasión de tratarlas 
  aquí exclusivamente, y que las reforma económicas economicas no 
  son fáciles, y, hasta cierto punto, no son posibles.
  Y ahora, señores, habiendo algunos oradores dicho al Congreso que votando 
  por esa autorización se vota contra el Gobierno representativo, yo me 
  dirigiré a esos señores diputados y les diré: ¿ 
  queréis votar por el Gobierno representativo? Pues votad por la autorización 
  que se os pide por el Gobierno; votadla, porque si los gobiernos representativos 
  viven de discusiones sabias, mueren pon discusiones interminables. Un gran ejemplo 
  os ofrece, señores, la Alemania, si es que la experiencia, si es que 
  los ejemplos han de servir de algo. Tres asambleas constituyentes ha tenido 
  la Alemania a un tiempo mismo: una en Viena, otra en Berlín, otra en 
  Franfort. La primera murió por un decreto imperial; un decreto real mató 
  a la segunda, y en cuanto a la asamblea de Franfort, esta Asamblea, compuesta 
  de los sabios más eminentes, de los más grandes patricios, de 
  los filósofos más profundos, ¿qué se hizo de ella? 
  ¿Qué fue de aquella Asamblea? Jamás el mundo vivió 
  un senado tan augusto y un fin más lamentable: una aclamación 
  universal le dio vida; un silbido universal le dio muerte.
  La Alemania, señores, la alojó como una divinidad en un templo, 
  y esa misma Alemania la dejó morir como una prostituta en una taberna 
  (Muy bien.) 
  Esa, señores, es la historia de las asambleas alemanas. Y ¿sabéis 
  por qué murieron así? Yo os lo diré. Murieron así 
  porque ni dejaron gobernar ni gobernaron; murieron así porque después 
  de más de un año de discusión nada salió, o salió 
  humo sólo, de sus interminables discusiones. 
  Señores, de ellas aspiraron a la dignidad de reinas; Dios las hizo estériles, 
  y las quitó hasta la dignidad de madres. ¡ Diputados de la nación, 
  mirad por la vida de las asambleas españolas! Y vosotros, señores 
  de la oposición conservadora, yo os lo pido, mirad también por 
  vuestro porvenir; mirar, señores, por el porvenir de vuestro partido. 
  Juntos hemos combatido siempre; combatamos juntos todavía. Vuestro divorcio 
  es sacrílego; la Patria os pedirá cuenta de él en el día 
  de sus grandes infortunios. Ese día quizá no está lejos; 
  el que no lo veo posible, padece una ceguedad incurable. Si sois belicosos, 
  si queréis combatir aquí, guardad para ese día vuestras 
  armas. No precipitéis, no precipitéis los conflictos. Señores, 
  ¿no le basta a cada hora su pena, a cada día su congoja y cada 
  mes su trabajo? Cuando llegue ese día de la tribulación, la congoja 
  será tanta, que llamaremos hermanos aún a aquellos que son nuestros 
  adversarios políticos; entonces os arrepentiréis, aunque tarde 
  tal vez, de haber llamado enemigos a los que son vuestros hermanos . 
  (El orador se sienta en medio de prolongados y repetidos aplausos y de numerosas 
  felicitaciones).